Entremos en uno de esos hospitales de sonidos anémicos.
Escuchad: el primer compás os arroja en la oreja el aburrimiento de lo ya oído y os ofrece un aperitivo del hastío que derramará el compás siguiente.

Seguiremos así, de compás en compás, durante dos o tres clases de abulia esperando siempre esa extraordinaria sensación que nunca se producirá.

Esperamos que a nuestro alrededor se opere una mezcla nauseabunda formada por la monotonía de las sensaciones y el pasmo estúpido y religioso de los espectadores, ebrios de saborear por enésima vez, con la paciencia de un budista, un éxtasis elegante y de moda.

¡Puaf! ¡Salgamos deprisa, pues me es imposible reprimir por mucho
tiempo mi deseo loco de crear por fin una verdadera realidad musical repartiendo a diestro y siniestro sonoras bofetadas, sorteando y derribando pianos y violines, contrabajos y órganos quejosos! ¡Salgamos!

¿Por qué tanto esfuerzo para interpretar y reinterpretar la misma música de ayer y de antes de ayer?

¿Es demasiado pronto para atreverse a escapar del cerco de la imagen comercial que creo la industria de la música ?

No logran ver ni sentir esa magia que generan los sonidos jamas escuchados e interpretan a la repetición y copia de lo que ya fue echo miles de veces que en realidad es un medio para mantener mejor el mundo tal como es y no cambiar en absoluto los modos de la economía dominante del consumo.

La música es cosa de músicos y, sobre todo, de compositores cuyo público
no espera que innoven suelen decir las mentes estrechas.

Del Libro Techno rebelde cualquier semejanza con tu realidad no es fantasia ;=)

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